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La música en el mundo azteca

PRIMERA PARTE: LA MÚSICA

  1. Importancia de la música en el mundo azteca

México fue uno de los puntos geográficos donde los europeos —concretamente los españoles— se encontraron con extraordinarias y ricas culturas sedentarias. Una de ellas fue la mexica o azteca. Si bien la música es tan antigua como el ser humano y lo ha acompañado a lo largo de su historia, debe estudiarse y considerarse como un elemento esencial en la cultura náhuatl. Este factor estuvo íntimamente relacionado con el culto a las divinidades, ya que culto y arte se hallaban enlazados, fundidos casi como si hubiesen sido una misma cosa. Por ello, la música participaba de una jerarquización social rígida y era exclusiva de una casta de profesionales que exigía del músico, del artista, una ejecución perfecta. Aunque hay quienes afirman que existía la música del pueblo (de los macehuales), y la música culta, dada la separación de estas dos clases, lo importante a fin de cuentas es comprender la música como un aspecto no sólo artístico, espiritual o cultural, sino como una necesidad que ha sentido el hombre de todas las culturas. Los oídos, ya subordinados a la conciencia, le sirvieron al humano primitivo para captar e imitar los sonidos de la naturaleza (truenos, lluvia, pájaros y demás animales), para luego organizar de distintas maneras los producidos por él.

La música de los aztecas, además de ser fundamental en la religión, en los ritos, ceremonias y fiestas, también se empleaba en la guerra como medio para transmitir órdenes o animar a los combatientes. Se dice que también hubo música con sentido profano, aunque de preferencia poseía un acento religioso muy marcado. Recordemos que las guerras se llevaban a cabo a causa de los dioses, y que si los aztecas fueron un pueblo guerrero fue gracias al aliento que sus dioses le otorgaban.

La música era algo tan significativo que las faltas y errores del intérprete ofendían a los dioses y eran castigados incluso con pena de muerte. El músico azteca gozaba de gran prestigio social. A veces el músico recibía un mécatl o cordel distintivo que portaba en la cabeza. Colgaba en dos puntas sobre el pecho y la espalda. Incluso ciertos instrumentos, como el teponaztli y el huéhuetl, tenían un origen divido: eran dioses exiliados. Otros poseían un carácter sagrado, como la sonaja, los tambores y los caracoles. El caracol, por ejemplo, se relacionaba con uno de los atributos más importantes de Quetzalcóatl.

Otra forma de ritual era la danza que, por supuesto, iba unida a la música. Los cronistas españoles nos comentan su impresión sobre los bailes aztecas. Los danzantes llevaban diversos atavíos según la ceremonia de la que se tratara. Para Motolinía, había dos tipos de danza: el macehuahui (de penitencia para los dioses) y el mitotiani.

2. Cómo fue su música y la enseñanza de ésta

¿Cómo fue la música de los antiguos mexicanos? Es imposible saberlo con exactitud. Aunque algo de ella se ha conservado por tradición oral, hay que tener en cuenta las diversas influencias y transformaciones que necesariamente sufrió a lo largo del tiempo. Nos encontramos ante algo desconocido, pero no por completo, pues muchos de los instrumentos que se utilizaban se conservan en la actualidad. Existen dibujos de músicos en los códices, así como relatos de cronistas españoles sobre la importancia de la música. A veces nos describen los instrumentos como «desafinados», pero esta apreciación se debe a que la cultura náhuatl poseía una visión del mundo totalmente distinta de la de Occidente. Es un error percibir algo distinto, nuevo, con los mismos sentidos que se usan para percibir lo cotidiano. Varios españoles trataron de asemejar, en parte, la cultura occidental con la azteca. Esto ocurrió porque sus ojos y sentidos eran occidentales al juzgar, criticar o interpretar los ritos, la religión y la música, entre otras manifestaciones.

Además de los instrumentos que se conservan y las narraciones de los cronistas españoles, tenemos una interpretación de la visión azteca acerca de la flor y el canto como los elementos más valiosos que llegan al corazón y deleitan a los dioses. La palabra cuícatl (concepto muy amplio) encerraba poesía y canto, y el canto era poesía y viceversa. El canto —y cuando había un sentido de homenaje, los himnos— constituía algo primordial para la cultura prehispánica. Se escribieron teocuícatl (cantos religiosos), yaocuícatl (cantos de guerra), entre otros tipos.

El canto se enseñaba en el calmécac (escuela donde se formaba a los sacerdotes, a los intelectuales), y se hallaba muy relacionado con las demás artes como la pintura o la poesía. Recordemos también que tlamatinine en náhuatl, por un lado, significa poeta, cantor, músico; por otro, sabio y sacerdote. Los tlamatinine asistían al calmécac porque tenían «pureza en su corazón». Sin embargo, el canto sagrado y la danza eran enseñados en el cuicalli (casa de canto), escuela especializada donde los jóvenes estudiaban por las tardes, hasta entrada la noche. Dos sacerdotes principales se encargaban de esta escuela: uno de ellos era el tlapitzcaltzin o «señor de la casa de las flautas», que enseñaba y corregía los cantos. El mixcoacalli era un lugar donde se guardaban los accesorios para los cantos y las danzas. Como afirma Torquemada en Monarquía indiana, el mecatlán era la casa en que se enseñaba a tocar todos los instrumentos, particularmente las trompetas de los ministros y las flautas.

En cuanto a los himnos, se conservan varios de índole sagrada que se cantaban en homenaje a los dioses, recordando sus hazañas o solicitando algún favor. En el libro de Bernardino de Sahagún, en el Apéndice II introducido por Ángel María Garibay, encontramos himnos sagrados como el «Canto a Tláloc», dios de la lluvia; el «Canto a Huitzilopochtli», el joven guerrero; el «Canto al guerrero del sur»; el «Canto a la madre de los dioses» y el «Canto a Xochipilli», entre otros. De este último, transcribo un pequeño fragmento:

Solamente oirá mi canto el que tiene cascabeles,

el que tiene rostro enmascarado solamente oirá

mi canto: Cipactonalli.

3. El lenguaje musical azteca

Sobre el lenguaje musical propiamente dicho, sabemos que en las civilizaciones antiguas, tanto en América como en el extremo Oriente, se recurría a la escala de cinco sonidos. Según algunos teóricos, esta escala se formó primero a base de intervalos de quinta justa (31/2 tonos) que después fueron ordenados en forma de escala. A esto se le conoce como escala pentáfona o pentatónica que, en nuestro sistema bien temperado, sobre la nota de do índice 5 —y ya ordenada— es la siguiente:

No obstante, los aztecas llegaron a manejar escalas más desarrolladas. Incluso se ha argumentado, con base en algunos instrumentos sobrevivientes, que la música de los aztecas no era propiamente pentáfona, entre otras razones porque las flautas de cuatro agujeros producían escalas de más de cinco sonidos. Esta pudo ser también una razón por la que los europeos percibieron como «desafinada» la música de los mexicas. Tomemos en cuenta que esta cultura no contaba con notación musical; por ello desconocemos cómo fue realmente su música. A pesar de esta carencia, existían signos pictográficos que representaban el canto y series de sílabas que significaban el ritmo de los tambores. Estas sílabas eran cuatro: ti, to, ki, ko. Ocasionalmente, se añadía una «n» al final de una de las sílabas. Hay posibilidades de que exista una asociación onomatopéyica. Asimismo, se ha pensado que estas sílabas eran también válidas para los pasos de la danza y para la melodía, aunque lo seguro es que se empleaban para designar el ritmo de los tambores teponaztli y huéhuetl.

La música en general era el medio expresivo de un grupo y se interpretaba en conjuntos donde se introducía el canto y la danza. El ostinato (insistencia, repetición indeterminada de un mismo motivo rítmico o melódico) fue una característica del lenguaje musical del lenguaje musical prehispánico. Sus canciones —se afirma— estaban hechas a base de no más de tres fórmulas melódicas y armónicas sobre las cuales los intérpretes improvisaban. Pero no por ser lo que ocurre en los grupos indígenas sobrevivientes en nuestra época debemos asegurar que así haya sido en tiempo de los antiguos nahuas. Es necesario recordar que no contamos ni siquiera con una melodía indígena prehispánica que haya sido preservada en forma individual con nuestra notación musical.

El canto tenía una representación pictográfica muy curiosa: volutas que salían de la boca de sacerdotes o deidades.

SEGUNDA PARTE: LOS INSTRUMENTOS

Con la tendencia indigenista del arte mexicano a partir de los años 20 del siglo pasado, varios compositores intentaron revivir diversos instrumentos prehispánicos, incorporarlos a la orquesta moderna o formar conjuntos exclusivamente con ellos. Entre los instrumentos más antiguos, existen las flautas llamadas chililitli, ocarinas, flautas de Pan, el atecócoli (instrumento de viento fabricado con una concha grande) y numerosos instrumentos de percusión.

Sin embargo, es necesario clasificar esos instrumentos para comprenderlos mejor. En su Historia de los instrumentos musicales, Kurt Sachs (musicólogo alemán nacido en 1881) clasifica los instrumentos basándose en la manera en que el sonido es producido. Los divide en cuatro grandes grupos:

1) Autófonos o idiófonos. Son aquellos que por sí mismos generan sonido sin requerir un mecanismo; por ejemplo: las claves (dos palos que se golpean entre sí), la marimba, los platillos, castañuelas, látigo, güiro, triángulo…

2) Membranófonos. Requieren una membrana (parche de piel o artificial). Necesitan además un mecanismo. Aquí entra todo tipo de tambor: timbales, tambor lateral, tarola, congas, bongós, entre otros muchos.

3) Aerófonos. Necesitan aire para producir sonido: el órgano tradicional, las flautas, clarinete, oboe, fagot, saxofones, tuba, trompeta, trombón, cornos, harmónica…

4) Cordófonos. Requieren cuerdas. Se dividen en tres grupos según la manera en que se ataca la cuerda:

a) Cuerda frotada (violín, viola, violonchelo, contrabajo…)

b) Cuerda punteada (arpa, guitarra, laúd, mandolina, clavecín…)

c) Cuerda golpeada o percutida (piano, clavicordio, címbalo, celesta…)

Los aerófonos se dividen en metales y maderas; los autófonos y membranófonos, en percusiones de altura definida y de altura indefinida. Con el fin de comprender los instrumentos aztecas, sólo es pertinente conocer los cuatro grandes grupos sin meternos en subdivisiones. Si puse ejemplos de instrumentos occidentales fue para esclarecer e identificar cada familia. Ahora entremos en tema y empecemos con los principales autófonos que empleaban los nahuas.

Entre los idiófonos más importantes, se encuentran el chicahuaztli, representado en el Códice borbónico, lámina XXIX. Se utilizaba en la danza Tlanahua y en la celebración llamada Tóxcatl. Ciertos ritos de fertilidad estaban asociados a esta especie de maraca en forma de bastón que se golpeaba contra el piso. Consistía en una sonaja con mango alargado y hueco.

El teponaztli era un tambor horizontal hecho de tronco hueco. Se tocaba con unas baquetas con puntas de hule. Con este tambor se regían el canto y la danza. Por generar la base rítmica principal, el teponaztli se hallaba siempre presente en las celebraciones de Huitzilopochtli. Había tres fiestas principales: Tóxcatl (durante la cual los españoles hicieron una gran masacre), Tlaxochimalco y Panquetzaliztli.

El ayotl fue un instrumento de golpe directo hecho de caparazón de tortuga. Se tocaba en los funerales, en la fiesta llamada Tzalcualiztli, en Tóxcatl y en otras ocasiones.

El tetzilácatl tenía forma de concha y era de metal. Se tocaba con una baqueta también metálica.

Las cornetas, flautas y caracoles tomaron el nombre de chililitli, que según Alva Ixtlilxóchitl era una especie de metalófono en el templo del mismo nombre que mandó construir el poeta rey Netzahualcóyotl.

El ayacachtli, especie de sonaja o maraca, contenía cuentas. Se tomaba de un mango y se sacudía. Así producía el sonido.

El omichicahuaztli consistía en un hueso con dientes que se tallaba transversalmente. Se tocaba con un cuerno, con una piedra o con otro hueso. A veces se amplificaba su sonido al tocarlo sobre una calabaza hueca o cráneo.

Entre los membranófonos, había uno muy importante: el huéhuetl, tambor de tronco hueco con una membrana de piel restirada. Se tocaba con las manos. Se dice que el huéhuetl y el teponaztli eran compañeros, dioses exiliados que se unieron en el momento de decidir ir con los seres humanos para elevar sus cantos a la Casa del Sol.

Otros membranófonos son una especie de tambor trípode de forma tubular, cilíndrica, y un tambor-vaso de forma semiesférica.

En cuanto a los cordófonos, el único de que se tiene noticia es un arco musical.

Los aerófonos son muy numerosos. Tlapitzalli es el nombre genérico para los instrumentos de aliento. Había muchos tipos de flautas, entre las cuales destacan el huilacapiztli, diversas flautas de Pan, trasversas, de hueso, de émbolo, pentáfonas, el topitz (flauta de tres agujeros), silbatos, trompeta de tubo longitudinal, etcétera.

La única finalidad de esta breve exposición es percibir la riqueza musical de una de las culturas sedentarias más importantes antes de la llegada de los europeos al llamado Nuevo Mundo. Como se mencionó al principio, la música fue fundamental en la religión de los aztecas, en sus ritos, ceremonias y fiestas, así como en la guerra, por lo que fue siempre un ingrediente de cohesión social. A lo largo de la historia, las religiones y mitos han definido al ser humano y sus relaciones tanto con los demás humanos (de acuerdo siempre con las jerarquías) como con las divinidades, pero también han creado representaciones o visiones particulares del universo. En estas representaciones, la música siempre ha desempeñado un papel imprescindible.


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